jueves, 30 de mayo de 2013

De líneas y horizontes

 
Montes Zagros (Irán)

Amihan Chandra, Kaylani. Poeta y Caminante malayo-filipina, portadora de la Voz, nacida en Kuala Lumpur en 2035 y fallecida en los montes Zagros (Irán) en 2112. Poco después de nacer, sus padres se trasladan a una aldea en las estribaciones del volcán Apo, en la isla de Mindanao (Filipinas), donde Kaylani pasa su infancia. La cercanía del volcán la fascinará y marcará su vida para siempre. "El volcán, el cielo, las líneas geodésicas, me demostraron que el mundo era un lugar que se podía leer y cantar, que había estratos geológico-emocionales en la corteza terrestre, y que por ellos fluía una lenta y armoniosa corriente de vida que puede despertarse y encauzarse con la Voz, ese vínculo ancestral, matérico-psíquico, iniciático, chamánico, ritual, entusiasta, que nos revela las infinitas posibilidades de otra forma de amar y estar en el mundo...", declara en la única entrevista que concederá, en sus últimos años.

Ya en la adolescencia muestra su desconfianza hacia el lenguaje, el pensamiento abstracto y en general a todo lo intelectual, por lo que decide no estudiar y dedicarse a tareas agrícolas, a la atenta observación de las constelaciones y los flujos migratorios. Secretamente intuye que los mapas del cielo son un reflejo de los vasos sanguíneos energéticos de la Tierra, que ambos se equilibran, se continúan, se contrapesan. Secretamente sabe que su destino será un largo camino tejido con canciones. Entra en contacto con la antigua poesía oral filipina: memoriza miles de versos que recrea y enriquece con su propia experiencia. Se acerca a los cuentos ancestrales y acaricia los mitos fundacionales de las islas y su conexión con otros archipiélagos. Muy joven aprende a pilotar avionetas, hidroaviones y helicópteros: quiere acercarse al cielo, conocer sus suaves materias.

En la Tercera Guerra Mundial sirve como piloto de combate en la Fuerza Aérea del Frente Unido Oriental y tras una destacada actuación en los diversos escenarios del Pacífico sur (condecorada por la almirante Hikari) es derribada y dada por desaparecida en la Batalla de Micronesia. Pasa veintocho días a la deriva en la lancha de salvamento con la única compañía de una novela de Paul Auster que alguien ha deslizado misteriosamente en la mochila de supervivencia. La lee varias veces. La juzga profundamente falsa y superficial. Para distraerse, juega a realizar permutaciones con las diversas palabras y compone poemas sinfónicos mentales que hace y deshace al ritmo de las olas. Por último, desgarra las páginas y las engulle, transformadas en bolas diminutas, para saciar el hambre. En el vigesimoquinto día a la deriva en el Pacífico sufre alucinaciones. Experimenta lo que, a falta de otra expresión mejor, definirá como experiencia mística (aunque desconfiará de esa palabra, como de tantas otras). Siente el vértigo de la existencia, la interconexión de toda vida, su generación condicionada, los pliegues del azar, la conjunción del Cielo y el mar, los infinitos meandros del corazón, la intimidad de la lengua y el mundo, las olvidadas alianzas de la sístole y la diástole, el impulso deseante y musical, la visión de arrecifes de coral, el tacto intensamente sonoro del existir, el fondo sin fondo de la locura, el tránsito de los equinoccios, los estratos basálticos del pensamiento y la emoción. Siente miedo. Siente una inconsolable ternura. En la geometría abisal de sí misma descubre las raíces de la Voz.

Después de la guerra, decide hacerse Caminante. El resto de su vida consistirá en una constante errancia por todo el mundo, en busca de las líneas de fuerza de la corriente vital subterránea que ella auscultará y encauzará por medio de la Voz. La Voz es un íntimo vínculo psíquico que el Caminante fragua con esa constelación de energías telúricas que recorren los diversos estratos de la corteza terrestre. Kaylani localiza los cristales-punto, nudos geodésicos donde la fuerza vital se concentra, y en cada uno de ellos deposita un verso mediante la Voz. "La sucesiva adición de versos sigue la alineación de los cristales-punto y configura una topografía energética, vital y emocional de la propia Kaylani Amihan en su devenir-mundo, y del mundo en su devenir-Kaylani, pues no hay que olvidar que las fuerzas vitales así encauzadas, preservadas y "pastoreadas" adoptan la forma de la intimidad de la lengua de esta poeta singular, el sabor de su morada interior, los trazos de la canción que ella despierta y proyecta", escribe Hanh Song Park en su ensayo Tocando la piel del mundo.

La idea central de Amihan es que la civilización humana, con su energía psíquica corrompida, con su degradado espíritu colectivo, ha alterado las líneas vivas de la Tierra, y que esos flujos descarriados provocan remolinos, estrangulamientos subterráneos, pozas estancadas e insalubres que afloran telúricamente e imantan la existencia de la biosfera proyectando en ella extraordinarios desequilibrios y perturbaciones. Su idea es reescribir el mundo (y escribirse a sí misma en él) para que éste recupere su sabor y su saber y que esas corrientes regresen a su cauce y su intimidad, su sideración armónica, su vibración cordial. A lo largo de las décadas, Kaylani recorre todos los continentes. Extenúa infinitas cordilleras, se interna en grutas ignotas, roza el cielo en los picos más altos. Sus amigos filipinos y malayos le envían dinero para subsistir. Cuando el dinero no llega, pide limosna o realiza pequeños trabajos esporádicos. En Burkina Faso descubre que la Voz puede curar: introduciendo psíquicamente el verso correcto en el corazón del enfermo, éste vence su mal. En Colombia descubre que la Voz también puede destruir: con un verso derriba un muro de un almacén incendiado y salva la vida a unos obreros metalúrgicos. En Armenia y Siberia perfecciona las capacidades de la Voz, que según sus biógrafos le permite alterar algunas leyes físicas y despertar los siddhis, poderes sobrenaturales descritos en los Yogasutras de Patañjali.

Kaylani Amihan es una poeta plenamente ágrafa. Compone mentalmente su poema telúrico-sinfónico y no condesciende a rebajarlo a la letra escrita. Ella escribe en las sensaciones, en el aire vivo, en el palimpsesto abierto e inagotable de su conciencia sensorial y emocional. En 2102, consciente de que sus fuerzas menguan, recoge a una huérfana mogola de nombre Enkhtuya Nergüi y la adiestra en el arte de la localización de los cristales-punto. En 2107 le transmite la Voz en un ritual conocido como impregnación siamesa: Amihan y Nergüi funden sus conciencias y empiezan a vivir en una lengua doble, en una visión doble, en un tacto doble, en una existencia doble. Siguen siendo ellas mismas pero comparten sensaciones y conocimientos, el ilimitado asombro, la seda de la interioridad: la impregnación es el único modo de que la Voz emigre y arraigue en el otro.

Kaylani Amihan Chandra muere en la cordillera de los montes Zagros, en Irán, junto a un "cristal-punto esmeralda", una de las principales encrucijadas telúricas del continente euroasiático. Para encauzar y equilibrar la energía vital en tal enclave es necesario algo más que un verso o el trazo de una canción: hay que entregar la propia Voz, convertirla en crisálida, enterrarla y dejarla dormir a una gran profundidad para que años más tarde estalle y expanda en ondas concéntricas el licor de luz atesorado. Esto requiere el sacrificio de su portador. Enkhtuya Nergüi la entierra en la cumbre más alta, cerca del cielo que tanto amó, y prosigue la escritura vital del mundo. Tres décadas más tarde, temerosa de que el gran poema que su predecesora y ella han ido tejiendo mentalmente se pierda ante la dificultad de encontrar una candidata idónea para continuar el linaje de las Caminantes, Nergüi lo transcribe escrupulosamente y lo entrega a una modesta imprenta en Ulan Bator (Mongolia).

El poema consta apenas de cien páginas en formato estándar y está compuesto en versículos de diversa extensión; la lengua original en la que fue pensado, sentido y saboreado es el tagalo de los antiguos cuentos orales de la infancia de Amihan; posteriormente se enriquece con sucesivas interpolaciones en malayo, la otra lengua materna de la primera Caminante. Los editores lo titulan Cantos, pero es evidente que la densidad y la poderosa red de conexiones internas del poema excede cualquier posible designación. Es, por definición, el poema sin nombre. El poema innombrable. "El poema que se escribe en el cuerpo cuando éste es deseo y carencia y lenta afinación con la lengua de sombra que vive bajo la lengua visible, pactada, comunitaria", escribirá Aizhan Mazhilis.

Muy pronto se desarrolla una batalla visceral entre los exégetas de ese texto que es el mundo y también la mente y la sensibilidad de dos mujeres que llegaron a ser una. La escuela de crítica literaria china aboga por una hermeneusis pragmática y afirma que el texto es cristalino y dice todo lo que tiene que decir en la superficie de su enunciación. La escuela de crítica del sur de Asia (Tailandia, Birmania, Malasia, Indonesia, Filipinas) defiende que el texto se abre en resonancias interminables, en fecundidades arbóreas, en innumerables inquietudes creativas, que su sentido no puede fijarse definitivamente y que los versos pueden someterse a operaciones cabalísticas, permutatorias y fractales para exhumar sentidos invisibles, "porque el Mundo es muchos mundos, porque el mundo no se agota en una sola lectura, un solo sabor o un solo perfume", afirma la crítico tailandesa Sumalee Lawan. La profesora Jiang Li Qiao tratará de reconciliar ambas tendencias con su habitual diplomacia conciliadora: "En nuestros tiempos extraños, los Cantos son una obra equivalente al Tao Te King, La tierra baldía o Nullis Oculis 2187: por su depuración expresiva pueden disfrutarse en un nivel más denotativo y superficial que no excluye la inmersión en su interioridad. De hecho, cuanto más se interna una en el texto, más se aclara su superficie, entre otras cosas porque su entrelazamiento "fractal" y su prodigioso mecanismo intertextual (la escritura del mundo) destruyen la idea misma de "profundidad", ésa que ha gobernado la estética en la literatura de los últimos dos milenios. Es una poesía que huye a la vez de la inefabilidad y de la comunicación plena: respira en algún intersticio entre ambas falacias. Los Cantos no son profundos ni superficiales, sencillamente porque no se ubican en esa lógica binaria. Los cantos son reticulares, reflejos, gozan de un espesor sin espesor, de una superficie inabarcable pero que apenas es un punto. Los cantos aniquilan cualquier cosa que queramos proyectar sobre ellos. Los cantos vibran. Constituyen una arquitectura paradójica, una aporía que sin embargo se resuelve y se sintetiza en la intuición del lector que acepta vivirlos. Es una poesía-zahorí, una poesía trashumante que requiere despertar el tacto para rozar las zonas abisales de la estricta visibilidad: el mundo incesante, viejo y nuevo cada vez... [...] Por eso no es de extrañar que Walter Bloom no incluya a Kaylani Amihan en El canon mundial: como su ilustre bisabuelo, sólo entiende la realidad como una sucesión de estereotipos polarizados: luz y oscuridad, arriba y abajo, inmanencia y trascendencia. Por no hablar de su no confesada misoginia y su tendencia a creer que la literatura anglosajona es el centro del universo."

En una ocasión, Aizhan Mazhilis y Kaylani Amihan se encuentran en la Estepa del Hambre. La poeta kazaja relata así aquella experiencia: "Amihan me observó atenta e intensamente, con una mirada que desnudaba, una mirada que iba directa al animal interior, y más allá, al vegetal interior, y aún más adentro, a la veta mineral que secretamente alojamos en nuestro ritmo más antiguo. Me dijo que mi obra escrita no valía nada, que sólo me podría expresar si abandonaba mi arraigo en las palabras. Me dijo que la lengua no era doble (denotación/connotación, racionalidad/irracionalidad), ni triple, ni múltiple, ni síncrona, ni asíncrona, ni profunda, ni epitelial, ni lunar, ni solar, ni constelada, ni asombrada, ni carencia, ni temblor. Me dijo que la intimidad de la lengua es vegetal y que tiene la consistencia del líquen, y que sólo cuando yo llegara a ser percusiva, cuando me narrara percusivamente, haría aflorar en mí esos estratos adormecidos, y que ellos me hablarían en una lengua diferente, en un ritmo diferente, en una ternura diferente. Prometí estar más atenta y despertar todo eso. Ella, que era un musgo dulce, me miró entonces con esa mirada totémica, distante y a la vez entrañada, y yo sentí que era el mundo quien me miraba, que la existencia toda me acariciaba a través de aquella mujer solitaria. Nunca volví a sentir nada igual. Y todavía hoy aquella sensación revive en mí en ciertos días luminosos, cuando canta un pájaro en los acantilados blancos y siento en mí la alegría".

Aunque las fuentes no han sido contrastadas, se dice que Enkhtuya Nergüi ha encontrado a su sucesora y que la Voz sigue sembrando versos en simas y mesetas, estepas y montañas, ríos y cavernas. Se dice que la escritura del mundo y el viaje de las Caminantes no tendrá fin.

Fuente: Enciclopedia de Literaturas Panasiáticas, Akira Junichiro (comp.), vol. XII, Osaka: Mizuki Publishers, 2ª edición ampliada, 2156.




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jueves, 23 de mayo de 2013

jueves, 16 de mayo de 2013

De orientes y océanos


Bosque de Nara (Japón)

 
Hikari, Natsuki. Poeta, narradora, cantante, física teórica, activista y militar japonesa, nacida en Tokio en 2032 y fallecida en las montañas de la península de Kamchatka (Rusia) en 2100. La vida de esta autora es en sí misma un acantilado de escarpados contrastes, entre la fuerza y la delicadeza, la inteligencia y la pasión, el análisis lógico y la ternura. Que la mayor estratega de la guerra moderna haya revolucionado la poesía en su lengua y escrito los más bellos cuentos infantiles puede parecer una incongruencia o un delirio, pero el escrutinio atento y desprejuiciado de su vida y su obra revelan cómo los diversos hilos de la trama se urden armoniosamente bajo las contradicciones de la superficie.

Natsuki Hikari vive una infancia feliz entre los suburbios humildes de Tokio y los bosques de Nara, donde pasa largas temporadas con su abuela y aprende origami, kendo y a tocar el sakuhachi. Nace entonces su amor a los cuentos antiguos, a los fuegos siempre encendidos y a los bosques milenarios. En un santuario shintoísta conversa con los yokai o duendes locales, inventa canciones para los kami, aprende a seguir el rastro de animales salvajes, destruye las trampas de los cazadores. En la adolescencia empieza a militar en grupos anarquistas, ecologistas y antisistema. Es detenida en varias ocasiones en protestas contra las armas atómicas, contra la deforestación, contra el cambio climático.

Estudia física teórica en la Universidad de Seúl y con sólo veintitrés años presenta su tesis doctoral, donde reformula las ecuaciones del campo akásico. Su obsesión será encontrar una fuente de energía no contaminante. Desarrollará su trabajo científico con diversos artículos sobre cinética subcuántica, dinámica de superfluidos, holocampo escalar, singularidades de Calabi-Yau, entropía negativa y agujeros negros. Sus ideas e intuiciones abrirán el camino a la redefinición completa de la Teoría del Campo Unificado, formulada por la físico Ha Neul Min en 2087, y tendrán como consecuencia la liberación de la energía subcuántica (ilimitada y ecológica) a través de procesos de microfisión escalar modulada.

Cuando Occidente desencadena su "guerra de aniquilación" y destruye Tokio y Manila con armamento nuclear en 2057, abandona su militancia pacifista e ingresa en la academia militar de Shanghai. Pocos meses después, con el grado de capitán, dirige una división de élite aerotransportada e integrada por tropas sino-tailandesas que contribuirá decisivamente a la derrota del ejército franco-alemán en la selva de Birmania y del ejército indio en el Frente de Bangladesh. Al año siguiente, y debido a su acreditada habilidad táctica, es ascendida a general y transferida al teatro de operaciones del Pacífico Sur en un momento en el que el Frente Unido Oriental sufre importantes pérdidas. Su visión estratégica, extremadamente audaz, combina la guerra relámpago y tácticas de guerrilla aplicadas a grandes contingentes aeronavales en enormes extensiones de océano, "ese desierto, esa fosa abisal del espíritu, esa mente comunal que nos piensa", escribirá en su diario. Bajo cielos australes, siente miedo. Siente una inmensa desolación. Siente, también, una extraña felicidad. Durante dos años, y con ataques combinados de Ícaros (islas volantes), Walkyrias (aerodeslizadores blindados) y Nereidas (submarinos anfibios), golpeará incansablemente las posiciones occidentales y logrará sucesivas victorias que invertirán el curso de la guerra: derrotará a los australianos en el Mar del Coral, a los neozelandeses en las Islas Kermadec, a los ingleses en Rimatara (Polinesia Francesa), a los estadounidenses en las inmediaciones de la Isla de Pascua. Aplica el protocolo Fantasma (psicotecnología radial invasiva) y técnicas subsónicas no letales (Vórtex Ánima), lo que le permite derrotar al ejército chileno-argentino-español y capturar a un millón de soldados en la Batalla de Tierra del Fuego.

Tras estas contundentes victorias es ascendida a almirante y asume el mando unificado de todos los ejércitos de Asia-Pacífico. Tiene 30 años. Las dudas la corroen. Se siente sola. Se siente abrumada por una guerra que detesta. Al mando de la flota china, japonesa, coreana y malaya, y siempre en inferioridad de condiciones, inflige serias derrotas a los estadounidenses en Micronesia, a los rusos y canadienses en el Mar de Bering, a los mexicanos en el Trópico de Cáncer. Por último, en la Batalla de Kure la flota estadounidense resulta completamente destruida, así como los escudos antimisiles que protegen América del Norte y América Central. El Alto Mando ordena a la almirante Hikari arrasar con misiles nucleares la costa Este de Estados Unidos y México. Ella se niega y es inmediatamente relevada del mando y arrestada. Mientras es sometida a un consejo de guerra en Midway, un repentino contraaque de remanentes de la flota mexicana captura la isla y Hikari es apresada y trasladada al campo de concentración de las islas Marías, donde permanecerá hasta el fin de la guerra. Durante el internamiento es torturada para que revele los códigos de seguridad del Cielo, el ahora impenetrable escudo de defensa de extremo Oriente. Obstinada, frustra ese propósito. Estoica, jamás dirá una palabra de aquellas inconfesables vejaciones.

Después de la guerra regresa a Japón y colabora en las tareas de reconstrucción del país. Reanuda su activismo político y ecologista. Practica la meditación Zen, planta árboles, cuida a los afectados por la radiación. Ocupa la cátedra de física cuántica y matemáticas aplicadas de la Universidad de Osaka. Poco después, viaja a Pequín y acude a una lectura poética de Aizhan Mazhilis, uno de los acontecimientos capitales de su vida. "Se me reveló no un mundo, como dirían los afectos a la grandilocuencia (es decir, los poetas)", escribirá, "sino algo pequeño, inmensamente pequeño y cálido: la corriente de la vida que acoge, el soplo leve, eufórico, que lo impregna todo y que desconocemos, y que nos ampara, y nos cuida aunque parezca negarnos". Ambas mujeres establecen un estrecho vínculo de amistad no exenta de "rivalidad creativa" y mantienen una apasionada correspondencia durante treinta años (la edición crítica de este epistolario magistral ha sido supervisada por Jiang Li Qiao).

Hikari empieza a escribir. Esta iniciación tardía le permite eludir los errores y ensayos de juventud: la prehistoria balbuciente, el humus tentativo del que emerge toda obra perdurable. En 2072 publica su primer libro, Los haikus de Micronesia, donde, con delicado pulso elegíaco, da cuenta del miedo y sinsentido de la guerra. Cada poema es una de las innumerables islas del archipiélago, que hubo que conquistar una por una. Cada poema es un lamento, una estela funeraria por los que allí murieron, de uno y otro bando. Le siguen los ciclos Telúricas I-III, Cronosemias I-VII y Tectónicas I-IX, publicados a lo largo de dos décadas, donde inaugura la que con el tiempo será conocida como poesía fracturada o poesía tectónica: un método de escritura que pretende subvertir las raíces mismas del pensar y el sentir, "liberándolos de los corsés sentimentales, el monopolio de la razón, los apriorismos irreflexivos, los prejuicios que gobiernan una cultura mental que, en pleno tránsito hacia otro paradigma, no acierta a desarraigar sus cegueras, sus temores, su hambre no saciada, su sueño dogmático", escribirá la profesora Jiang Li Qiao, especialista en su obra. La poesía tectónica incorpora, más que ideas o elementos, aromas o resonancias de la deconstrucción derridiana, de la "filosofía estocástica" de la pensadora Hae-Won Park, de la matemática fractal, de la física del campo akásico, de la pintura abstracta, de la música espectral, de la música tradicional japonesa, del origami y el neo-haiku, del cine de Apichatpong Weeresathakul, del cine documental de Azumi Tairaka, de la observación minuciosa y apasionada de la vida ínfima en todas sus manifestaciones.

Paralelamente a su producción poética desarrollará su labor como narradora de cuentos infantiles: Donde sueñan los Totoros, Crónicas de azul y embriaguez, El dulce existir, Euforia, El ánfora parlante, Su cielo dentro o Éxtasis de un mosquito son libros de una desbordante imaginación ubicados en la encrucijada entre varios mundos: los mitos de creación orientales y la antigua Grecia, la cuna europea de los cuentos y el taoísmo, el clasicismo y la posmodernidad, la caricia y el temblor.

Entre 2069 y 2091 pasa largas temporadas en Sao Paulo y otras ciudades brasileñas, donde entra en contacto con el movimiento de los poetas "asíncronos", y en especial con su representante más destacada, Adriana Aleshanee Bianca do Sul, que la describe como "una mujer pequeña y severa, fácilmente irónica, de una inteligencia solar inalcanzable, pero también tierna, con esa ternura que emana del cuerpo y no se piensa; y aunque irradiaba una tristeza indefinida, uno la sentía alegre por dentro, como algunos personajes de Clarice Lispector. Natsuki era profundamente enigmática y dejaba tras de sí la huella fragante de quien no se resuelve a sí misma". En Brasil escribe Amor Akasha, donde aplica los principios y ecuaciones de la cinética subcuántica a las emociones; será considerado su libro más excéntrico e imperfecto, escrito, según confesará, "en un éxtasis lúcido, en una constelación salvaje, en un momento amante, animal". Compone y graba varios discos de canciones en los que funde la bossa nova, la música tradicional japonesa y la electrónica con ritmos afrocaribeños y leves pinceladas de chanson, reagge, soul-town, funk y habanera. Brasil será una de sus más inextinguibles pasiones.

En 2091 se exilia voluntariamente a un lugar desconocido de las montañas volcánicas de la península de Kamchatka, donde pasa sus últimos años. Se sabe poco de su vida en ese tiempo de silencio y reclusión, salvo que escribe otros tres poemarios: Venus Urmutter en 2091, Tu abisal en 2095 y Aquietar en 2097; en ellos se percibe una renuncia a la búsqueda de nuevas formas expresivas y la llegada de un tono confesional inédito, arraigado en la inmediatez de la experiencia vital. Se trata de una poesía eminentemente fenomenológica, una confesión sin confesión, una autobiografía sin vida. Sin embargo, los hallazgos formales previos imprimen una inflexión singular a esos poemas suavemente crepusculares, alimentándolos con su vibración subterránea. La crítico Ngam Chit Lawan resumirá su obra con estas palabras: "Para los hábitos mentales del siglo XXI, la poesía tectónica de Natsuki Hikari supuso un giro copernicano equivalente a la filosofía kantiana o la exposición de la teoría general de la relatividad en épocas pasadas. Por primera vez la escritura se emancipaba realmente de los moldes mentales preconcebidos e iba más allá del lenguaje, sin parapetarse en los juegos surreales o el mero balbuceo incoherente. Por primera vez el temblor era la guía; el desasosiego fecundo se convertía en una línea geodésica, una orientación y un umbral; la elipsis, la arritmia, las geometrías multidimensionales pasaban a ser el eje a partir del cual construir arquitecturas imaginarias en el lenguaje. No sería descabellado definir esta poesía como "literatura cuántica", por la imposibilidad de determinar simultáneamente la posición y la velocidad de la escritura: el ojo del observador y el fuego en el verso. Pero hay una comparación más precisa: al igual que algunos cantantes no emiten una nota pura sino que "vibran alrededor de la nota", la poesía tectónica percute alrededor de su enunciación, segregando un magma sensorial y multiplicando el asombro: la resonancia, el aura vibrante de las palabras, al fin viva, ilimitadamente viva".

El 1 de enero de 2100, a los 67 años, pone fin a su vida en una ceremonia de seppuku meticulosamente orquestada. Quienes la asisten afirman que se marcha en paz y con una sonrisa atemporal, beatífica, radiante.

En Desierto con fondo de niña, Aizhan Mazhilis escribirá: "La primera impresión que me produjo Natsuki Hikari fue de fragilidad. En aquella mujer menuda había un corazón-elefante y una infinita capacidad de amar y escuchar, de escuchar y compensar los desequilibrios del mundo con una atención fuera de lo común. Pocos adivinaron la delicadeza extrema, la enorme vulnerabilidad bajo su aparente calma, su mente analítica, su pavorosa inteligencia. Ella era el junco más bello. El grito más bello. Sé que lo que voy a decir sonará extraño y tal vez incomprensible, pero no importa: ella era un ser que se dejaba ser hasta el fondo de sí misma, hasta la desafinación, hasta la desmesura. Incluso en el quiebro ella era unísono, el arraigo para todos los que en aquellos tiempos convulsos sufrimos y amamos y buscamos nuestra brújula, nuestro oriente en el mar de los Sargazos. Su delicadeza imantaba el existir. Es todo cuanto sé. Es lo que he amado".

  Fuente: Enciclopedia de Literaturas Panasiáticas, Akira Junichiro (comp.), vol. XII, Osaka: Mizuki Publishers, 2ª edición ampliada, 2156.


 
 
 
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sábado, 11 de mayo de 2013

cantar cantar cantar...



Se o mundo for desabar sobre a sua cama
E o medo se aconchegar sob o seu lençol
E se você sem dormir
Tremer ao nascer do sol
Escute a voz de quem ama
Ela chega aí
Você pode estar tristíssimo no seu quarto
Que eu sempre terei meu jeito de consolar
É só ter alma de ouvir
E coração de escutar
Eu nunca me canso do uníssono com a vida

Eu sou
Sou seu sabiá
Não importa onde for
Vou te catar
Te vou cantar
Te vou, te vou, te vou, te dar
Eu sou
Sou seu sabiá
O que eu tenho eu te dou
Que tenho a dar?
Só tenho a voz
Cantar, cantar, cantar, cantar

canción: Caetano Veloso
 
pequeña interpretación: Stalker


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miércoles, 8 de mayo de 2013

Arquitecturas oníricas



En el vídeo, secuencia de Origen (Inception, Christopher Nolan, 2010): en una sesión de sueños compartidos, el "extractor" Cobb enseña a Ariadne, estudiante de arquitectura, algunas estrategias para diseñar los niveles oníricos. Ariadne creará los sueños como laberintos: sólo ella conocerá las entradas y salidas...

Hace dos noches tuve uno de esos sueños en los que uno sabe que está soñando. Me ocurre de vez en cuando: de pronto soy consciente de que estoy dentro de un sueño. No comprendo a qué obedece esa repentina conciencia de la irrealidad de lo que me rodea, ese desdoblamiento extraño que acaba con la ficción onírica, y sin embargo sucede...

En el sueño, paseo por una calle y me maravillo de la nitidez y los infinitos detalles que mi mente inconsciente ha recreado. Pienso: "¿Cómo es posible este grado de perfección en cosas que no he visto jamás?" Miro a los transeúntes: rostros desconocidos y nítidamente dibujados; me detengo ante una farola: sólida al tacto, perfecta en sus mínimos detalles. Pienso: "Si me giro muy deprisa, tal vez acertaré a ver cómo se forma la realidad onírica, tal vez detectaré alguna mínima incongruencia en la calle por la que he pasado, algo que antes no estaba ahí...". Giro sobre mí mismo y todo es igual a como lo he dejado atrás: los mismos coches y comercios, los mismos transeúntes con los que me he cruzado un instante antes.

En el sueño, me admiro de la velocidad a la que la mente es capaz de urdir una ilusión tan perfecta. Entro en una tienda de artesanías. Me acerco a un espejo y contemplo mi reflejo. Acaricio y sopeso diversos jarrones y vasijas: tienen dibujos maravillosos, arabescos de una sutileza y una belleza incomparables. Pienso: "Yo no sé dibujar así, pero mi mente lo hace por mí, ella sí sabe dibujar...".

En el sueño, pienso que somos continentes sumergidos, Atlántidas que afloran a la conciencia onírica, y que ahí reina el pensamiento salvaje, la libertad más inaccesible, el imaginario desatado, un flujo interminable de imágenes, huellas, ritmos, intensidades, incandescencias...

El sueño como iconografía deseante, como proyección de iconos que nos traducen, nos remedan, nos confirman...

Terra incognita de nosotros mismos

Salgo a la calle y sigo paseando. Acaricio a un perro. Llego a un parque donde hay flores intensas, polícromas, infinitas. Cotorras verdes gorjean en altos árboles. Una luz radiante lo invade todo.

Ahí concluye el sueño.

Nunca he sido capaz, creo, de alterar lo que sucede en ese espacio de la conciencia: construir el sueño, elaborarlo, diseñarlo, es algo que se me escapa por completo. El sueño viene dado, perfectamente tramado y concebido...

y esto es algo que me fascina siempre y cada vez

arquitecturas

arquitecturas oníricas...


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domingo, 5 de mayo de 2013

en mis verdes, verdes manos



 

DONDE VIVO EN ESTA HONORABLE CASA DEL LAUREL

Vivo en mis piernas de madera y Oh
en mis verdes, verdes manos.
Demasiado tarde para desear
no haber huido de ti, Apolo,
la sangre aún avanza en mis venas cubiertas de corteza.
Yo, que era ninfa para el arraigo en el vuelo,
poseo sólo este último deseo de abrazar los árboles
en los que habito. La medida que he perdido
calma mi pulso. Cada siglo los engaños
de la necesidad me duelen en todas partes.
La escarcha golpea mi piel y brillo
en honor a tu retirada a tiempo. El aire
vibra por ti, por el asombroso rito
de la carpa de tu respiración inmersa en tu luz.
Sólo sé cómo esta prematura lujuria ha sacudido
la carne en el viento para siempre y ha desplazado mis miedos
hacia la íntima Roma del mito que cruzamos.
Soy el puño de mi inquietud
mientras me derramo en las estrellas en los años vacíos.
Me concediste el honor demasiado pronto, Apolo.
No queda nadie que comprenda
cómo espero
aquí, en mis piernas de madera, y Oh
mis verdes, verdes manos.

Anne Sexton (tr. Stalker)

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miércoles, 1 de mayo de 2013

Frágiles



De vez en cuando encuentro un caracol en las acelgas. Una pequeña y feliz sorpresa. Lo separo con mucho cuidado de la hoja y recorro varias manzanas para llevarlo al lugar más apartado del asfalto que hay en esta ciudad: el verde, el cielo abierto, Montjuic.

Cuando era niño apartaba caracoles de las cunetas. Me daba mucha lástima que fueran aplastados por los coches. Me enternecía la lentitud, la fragilidad, el tacto de los cuernecitos que extienden hacia el mundo.

Una vez, de niño, pensé: Si alguna vez yo estoy al borde de un peligro, ¿vendrá algún ser sobrenatural a apartarme? No pensaba en Dios (al que ya por entonces tenía por un triste invento humano), sino en algún ser enorme y desconocido, tal vez de otra dimensión, un ser con una vida rica y extraña, incomprensible para mí, y que pudiera tener conmigo la relación que yo tenía con el caracol y su fragilidad.

Recuerdo que aparté esa idea porque me distraía de mi tarea de salvamento: depositar las vidas breves, polícromas, preciosas, en la palma de la mano. Llevarlas a un lugar seguro, lejos de los coches, a la existencia intensamente verde, donde ellos pudieran seguir su cauce.

Ahora, cuando encuentro un caracol en la acelga, sonrío. Lo aparto con un trocito de la verdura y lo deposito encima de un libro. Luego salgo a llevarlo al monte, a lo más parecido al monte que hay en esta ciudad.

(Luego está la técnica para apartar babosas de los caminos y cunetas en Roncesvalles. Se las envuelve en una hoja tierna y fresca y se las transporta a un lugar seguro. A diferencia del caracol, la babosa no lleva su casa a cuestas; la fragilidad es la misma.)

Al lavar las acelgas, hay que estar atento: el caracol puede habitar en un mínimo pliegue. O puede ser un caracol pequeñito que fácilmente pasa desapercibido. Lavar la lechuga se parece a abrir esos libros antiguos cuyas hojas había que separar con un cuchillito. Hay que tener cuidado, pulso, atención.

Y cuando encuentras esa vida diminuta, siempre la sensación de ternura...


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